Hubo un tiempo cuando era más muchacho, en que jugaba a menudo ajedrez con mi hermano. Bueno, no soy un tipo que sepa mucho del juego en sí, me refiero a ser un buen jugador, pero es innegable que el atractivo del juego esta en lo imprevisible, de lo que se deduce que jugar con personas que te ganen es más fascinante que con alguien al que siempre le ganes. El desafío es seductor.
Bueno, en mi casa el que ganaba a todos siempre fue mi papá, y yo, modestia al tacho, le ganaba con regularidad a mi hermano, pero igual matábamos bien el tiempo jugando hasta el cansancio.
Ahora bien, cuando nos cansábamos proponíamos juegos alternos usando las piezas de ajedrez, de lo cual se sacaban desde verdaderas estupideces hasta laboriosos rumbos. Me refiero a que por ejemplo jugábamos colocando sólo peones, algo tonto, porque se convertía en una carrera hasta la otra línea para obtener a cambio la ansiada reina que terminaba tragándose de un porrazo a toda la línea contraria.
Otra variante era colocar la mitad de las fichas reglamentarias, por ejemplo un caballo, un alfil, el rey y sus respectivos peones, siendo distinta también la disposición en el tablero desde el inicio.
Y así miles de combinaciones, algunas con desenlaces frugales, hasta eternas persecuciones de una sola ficha con su rey contra un escurridizo rey contrario. Creo que siempre terminaba en una caza eterna o en un voraz y breve canibalismo, producto, quién sabe de inexperiencia o de necesidad de otra vuelta de tuerca al juego.
De esas variantes, divertidas en esencia, siempre me quedó una inquietud. En realidad una tonta posibilidad, que sin embargo creo valedera, y es más exijo se tome seriamente en cuenta.
Dentro de las reglas del juego, si un peón llega al lado opuesto del tablero, tiene derecho a “evolucionar” por así decirlo a otra ficha, o sea uno puede trocarla por otra, cualquiera…excepto - y acá viene el detalle – el rey.
De acá se desprenden dos asuntos. El primero versa sobre el hecho de que el fin del juego, o mejor dicho el ganador es el que logra dar “mate” al rey (cosa paradójica porque nunca llega a morir el rey, sino que se encuentra en una situación tal que está atrapado). En este sentido no podrían haber dos reyes que matar.
El segundo asunto es obvio, ya que nadie en su sano juicio trocaría un peón por un raquítico, vulnerable y casi inválido rey, teniendo la posibilidad de cambiarlo por una poderosa y despampanante reyna, un sabelotodo y ágil caballo, una maciza y objetiva torre o incluso un afilado y letal alfil.
Bueno, he dicho nadie en su sano juicio, pero porque no dejar al libre albedrío tal decisión? Cabe la posibilidad infinitesimal de que uno se encuentre en una situación tal que tener un segundo rey en el lado opuesto del tablero prolongue la muerte de este, como tenerse un clon de reserva. Digo no es lo más frecuente pero como ocurre en medicina, uno debe tener la posibilidad presente no?
Por otro lado fuera de la situación extrema a la que me refiero, y en caso de una inevitable estocada del contrario, un segundo rey hace más poética la muerte, como si resucitase de entre los muertos para dirigir (sin duda que sería un rey singular en ajedrez) a sus tropas a luchar, de hecho ante una batalla ya perdida, pero arengándolos a morir luchando, con dignidad.
Esa locura debería ser valedera.
Bueno, en mi casa el que ganaba a todos siempre fue mi papá, y yo, modestia al tacho, le ganaba con regularidad a mi hermano, pero igual matábamos bien el tiempo jugando hasta el cansancio.
Ahora bien, cuando nos cansábamos proponíamos juegos alternos usando las piezas de ajedrez, de lo cual se sacaban desde verdaderas estupideces hasta laboriosos rumbos. Me refiero a que por ejemplo jugábamos colocando sólo peones, algo tonto, porque se convertía en una carrera hasta la otra línea para obtener a cambio la ansiada reina que terminaba tragándose de un porrazo a toda la línea contraria.
Otra variante era colocar la mitad de las fichas reglamentarias, por ejemplo un caballo, un alfil, el rey y sus respectivos peones, siendo distinta también la disposición en el tablero desde el inicio.
Y así miles de combinaciones, algunas con desenlaces frugales, hasta eternas persecuciones de una sola ficha con su rey contra un escurridizo rey contrario. Creo que siempre terminaba en una caza eterna o en un voraz y breve canibalismo, producto, quién sabe de inexperiencia o de necesidad de otra vuelta de tuerca al juego.
De esas variantes, divertidas en esencia, siempre me quedó una inquietud. En realidad una tonta posibilidad, que sin embargo creo valedera, y es más exijo se tome seriamente en cuenta.
Dentro de las reglas del juego, si un peón llega al lado opuesto del tablero, tiene derecho a “evolucionar” por así decirlo a otra ficha, o sea uno puede trocarla por otra, cualquiera…excepto - y acá viene el detalle – el rey.
De acá se desprenden dos asuntos. El primero versa sobre el hecho de que el fin del juego, o mejor dicho el ganador es el que logra dar “mate” al rey (cosa paradójica porque nunca llega a morir el rey, sino que se encuentra en una situación tal que está atrapado). En este sentido no podrían haber dos reyes que matar.
El segundo asunto es obvio, ya que nadie en su sano juicio trocaría un peón por un raquítico, vulnerable y casi inválido rey, teniendo la posibilidad de cambiarlo por una poderosa y despampanante reyna, un sabelotodo y ágil caballo, una maciza y objetiva torre o incluso un afilado y letal alfil.
Bueno, he dicho nadie en su sano juicio, pero porque no dejar al libre albedrío tal decisión? Cabe la posibilidad infinitesimal de que uno se encuentre en una situación tal que tener un segundo rey en el lado opuesto del tablero prolongue la muerte de este, como tenerse un clon de reserva. Digo no es lo más frecuente pero como ocurre en medicina, uno debe tener la posibilidad presente no?
Por otro lado fuera de la situación extrema a la que me refiero, y en caso de una inevitable estocada del contrario, un segundo rey hace más poética la muerte, como si resucitase de entre los muertos para dirigir (sin duda que sería un rey singular en ajedrez) a sus tropas a luchar, de hecho ante una batalla ya perdida, pero arengándolos a morir luchando, con dignidad.
Esa locura debería ser valedera.
2 comentarios:
Siempre he tratado de ver el ajedrez como una imitacion de la realidad. Un rey que representa el poder y su sequito se enfrentan contra el reino rival en una batalla sobre la meseta que sirve de lindero a sus reinos. La introducion de de un rey adicional me hace pensar mas bien en una republica, con dos reyes (o presidentes) disputandose el poder, y solo uno de ellos tendra el apoyo militar. Visto así, con dos reyes seria mas facil para el enemigo conquistar a su rival, pues habra un lapso de indecision sobre a cual rey proteger, y solo despues de perdidas materiales el ejercito sacrificara a uno de ellos, dejando al pais debilitado ante el enemigo. ¿Suena a historia conocida?
Interesante enfoque, aunque extremadamente realista para mi gusto. Aunque claro, si uno lo piensa friamente en realidad es una posición deventajosa en una situación corriente del juego.
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