sábado, febrero 09, 2008

Buscando un miserable basurero


Hoy recibo el boleto de la combi, pequeño, rectangular, indefenso. Lo mantengo como siempre entre mi pulgar y mi dedo índice mientras escucho a Jack Johnson en mis audífonos (1), pienso, miro la calle pasar, pienso otra vez y el boleto se dobla en dos, se dobla en tres, es desdoblado, enrollado en horitontal, enrollado en vertical. Llego al paradero, el boleto no encuentra su basurero público. Es una historia conocida que termine en un bolsillo de mi mochila o en el de mi pantalón.

Luego apunto cosas pasajeras en un papel que dice “Evolución médica” son sólo tres o cuatro palabras para una hoja expectante de una historia más larga que contar. Después es el reverso de una hoja pequeña de análisis serológicos. Sí, la mala costumbre de que las circunstancias lo tomen a uno desprevenido justo cuanto no lleva su libreta de apuntes (2). Al final del día los papeles lo terminan cargando el dichoso bolsillo de la mochila, a veces suelo encontrar también algún retazo entre los bolsillos de mi mandil. Lamentablemente uno los descubre cuando sale fuera de un lugar ordenado como un hospital donde sí hay en cada esquina un basurero decente.

En la calle un paquete de galletas de chocolate (3) es mi víctima, la devoro sádicamente sin lástima, una a una. Me doy cuenta luego que soy infinitamente y momentáneamente feliz hasta que descubro que camino y camino a mi casa y no hay tacho de basura.

Sí, como digo es una historia conocida, la frecuencia de tachos públicos de basura en buen estado (osea de esos que no estén repletos, extravasándose de desperdicios y demás, o que no sean de los que uno arroje su papelito y salga por arte de magia por un huequito en la base de dicho tacho) es desproporcional al número de cuadras que uno tiene que caminar en promedio en esta triste ciudad si quiere deshacerse realmente del papelito.

No soy ecologista extremo, no suelo reciclar pero me gusta el orden, es más una manía, las cosas deben tener su lugar, hasta la basura, así me siento mejor. Tampoco soy de los que arrojan si nadie te ve (siempre me “veo” yo) o porque la calle ya tiene papeles tirados y uno más no le hace diferencia. No puedo, simplemente no puedo. Y esto no tiene nada que ver con urbanidad, con cuidar el ambiente, con ser un modelo de persona. Esos títulos no me interesan, es más porque soy maniaco del orden.

Entonces soy de ese manantial de gente que llega a su hogar, dulce hogar, para vaciar las toneladas de papelitos, de envolturas, de boletos, de retazos de hojas, y así arrojarlos al decente basurero de hay en su casa, porque a uno lo programaron para no arrojar el insignificante papelito en cualquier calle o en cualquier piso, porque uno no puede hacerlo simplemente, porque uno se pregunta cómo lo hace la demás gente, y carga y carga, y es un buscador de basureros, un cazador de basureros frustrado.

En cierta forma el cazador convertido en presa.

(1) He descubierto que hay conductores de combi atorrante que le ponen exagerado refuerzo a los bajos cuando se ponen a escuchar ese ruido que llaman música en su cacharro. Bueno, debido a esta bendita falla anómala en el mundo es posible escuchar tranquilo lo que llevas en el reproductor de mp3, puesto que lo que se encuentra en el ambiente retumba y chilla tanto que suena a estática y le permite a uno oír lo que realmente quiere oír. Recuérdese que el oído humano no oye tampoco a determinadas frecuencias altas. Amen claro de que uno se vuelve sordo a posteriori, pero ese es otro asunto.
(2) Tengo que quitarme esa manía de escribir en la mano cuando estoy muy apresurado, (costumbre que se me pegó de una amiga) sobretodo porque cuando uno suda….
(3) Creo que ya mencioné alguna vez que las galletas de chocolate, me hacen sentir un poco más feliz, me levantan el ánimo cuando me deprimo. Como con los Beatles creo.

1 comentario:

Juliana dijo...

Jaja,sí es un tema trilladísimo el de la basura. Será que las autoridades son brutas,ciegas sordomudas,torpes...las empresas privadas no invierten en la limpieza pública y los mal educados (nosotros,que así nos llaman muchas veces) tenemos una colección inmensa de papelitos multicolores: pegajosos y con chocolate en nuestras mochilas.
Es un problema de nunca acabar.